María, mujer humilde.
El nacimiento del Mesías no
pudo haber sido más sencillo y humilde. Una cueva. Un pesebre con pajas. Un
buey y una mula. Simplicidad y ocultamiento envueltos en silencio.
No muy lejos de allí, un
ángel del Señor se presentaba a unos pastores y les anunciaba con júbilo: “os
ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor”.
Los pastores, al llegar al
lugar del nacimiento, contaron emocionados todo eso a María. Todos se
maravillaban de lo que decían aquellas simples personas, mientras Ella, “por su
parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
Llegaban a la aldea unos
Reyes Magos de Oriente. Fueron guiados por una estrella. Iban derechitos a la
casa donde estaban la pareja de extranjeros recién llegados a Belén, a los que
les acaba de nacer un hijo. Le entregaron oro, incienso y mirra (homenaje
ofrecido a reyes) Pero a María no se le subió el incienso a la cabeza; ni la
mirra, ni el oro. Porque a los pocos días se les avisó de que Herodes buscaba
al Niño para matarlo... Ella con José y el Niño, tomando lo necesario y dejando
lo demás a los necesitados, huyeron a Egipto. ¡Eso es aceptar y vivir con
humildad y sencillez la voluntad de Dios! Aunque cueste. Y costó lo suyo.
María, la más humilde
entre las mujeres, es precisamente el modelo de toda mujer, como señaló el Papa
Francisco en abril de 2014 en un mensaje a más de 20 mil jóvenes reunidos en
Buenos Aires, Argentina.
“Hay un solo modelo para
ustedes, María: La mujer de la fidelidad, la que no entendía lo que le pasaba pero
obedeció. La que en cuanto supo lo que su prima necesitaba, se fue corriendo,
la Virgen de la Prontitud. La que se escapó como refugiada en un país
extranjero para salvar la vida de su hijo”, afirmó el Papa.
¡Mostremos a nuestra Madre del cielo nuestro cariño en la oración
y en nuestra vida!
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